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Teotihuacán y sus misteriosos fundadores


De entre todas las ciudades de la Mesoamérica precolombina, hay una que destaca tanto por la grandeza y precisión de su arquitectura como por el misterio que envuelve a sus orígenes, la ciudad de Teotihuacán o “el lugar de los que siguen el camino de los dioses”. Durante el siglo IV, mientras la populosa Roma era el centro del mundo occidental, Teotihuacán era con diferencia la mayor de las ciudades sobre la tierra, con cerca de 250.000 habitantes.

En un principio se atribuyó su construcción a los aztecas, pero las leyendas de éstos contaban que habían encontrado la ciudad bajo una espesa capa de vegetación, casi por accidente, y que llevaba siglos deshabitada. Para ellos era un lugar sagrado, y no es para menos, ya que la imponencia de sus construcciones bien parece hecha a la medida de los mismos dioses. La ciudad parte de una avenida central y recortan su silueta dos pirámides, la de la Luna (la más pequeña) y la del Sol, con nada menos que 228 metros de altura y hecha de más de 2 millones y medio de ladrillos.

Como ocurre con otros monumentos de la antigüedad (Stonehenge, Gizeh, los observatorios de los Anasazi y un largo etcétera), la situación de los principales monumentos y la orientación de la avenida central parecen imitar un modelo astronómico concreto. Lo que si se sabe, es que en sus medidas aparece a menudo el número “pi”, rasgo que comparte con las pirámides de Gizeh.

La mica que recubría la pirámide del Sol procedía de una cantera junto al Amazonas, a más de 3.500 km de Tetotihuacán, todo esto nos indica claramente que debían poseer más tecnología y conocimientos de los que normalmente atribuimos a las civilizaciones de la antigüedad.

No se sabe a ciencia cierta quien erigió la ciudad. La teoría más extendida sobre sus posibles constructores, nos habla de los misteriosos olmecas, aunque el origen de éstos es aun más oscuro que el de la ciudad. De ellos tenemos una serie de bustos, que parecen representar a hombres de rasgos negroides (narices anchas y labios gruesos), en cualquier caso muy diferentes a los de los indígenas americanos, y tan misteriosa fue su llegada como su desaparición.

La antigüedad estimada de esta cultura es más de 3000 años, así que no parece descabellado pensar en un intercambio cultural entre civilizaciones antiguas, mucho antes del descubrimiento oficial de América. Sea como fuere, lo cierto es que existen numerosos “agujeros negros” en la historia, y quizá algún día debamos reescribir más de un capítulo.

 

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